martes, 21 de junio de 2011

LOS SONIDOS DEL SILENCIO

5 am.
La calma parece un frágil hilo dispuesto a romperse en catástrofes. Camino por el pasillo desierto, impecable. No es un sueño a pesar de que cuesta situarse en la realidad. El tiempo, ese tirano que nos lleva y nos trae en las obsesiones diarias, ha desaparecido. Y en medio de esa orfandad de minutos, también el mundo exterior, las referencias y ansias pasadas quieren desaparecer. Hay que hacer un esfuerzo, pestañear varias veces, pellizcarse el alma para no dejarse arrastrar por el embrujo de la locura.
Un carraspeo sale de la habitación 23. Más adelante, un rumor apagado de queja. Camas que crujen con el movimiento doloroso de los enfermos. Los ojos insomnes de los acompañantes me taladran desde la oscuridad de un fondo cavernoso. Fuelles de máquinas que alimentan, dan aire, palpitan en un inútil simulacro de vida. El silencio es esto. El eco de los lamentos, el reverbero de "esas" palabras: sonda, cuña, vía intravenosa, drenaje, calmante... en pasillos y habitaciones. Y también el olor. El silencio es este olor a podredumbre, a fluidos estancados, orines, sudor, alientos que se aferran a la vida.
No tengo miedo a la muerte. En mis ensoñaciones me veo como una ancianita centenaria, rodeada de nietos, en una casa de ventanas abiertas y flores desde donde se ve el mar. Me imagino despidiéndome del mundo con una sonrisa sincera y cansada, en paz... como dicen que mueren los que han amado tanto.
Ojalá pudiésemos elegir ¿verdad?

4 comentarios:

MK dijo...

ojalá

Licantropunk dijo...

También he sentido ese hálito de los hospitales en la madrugada: impone. Pero es mejor pensar en esos sitios como en lugares de sanación y no de postración ¿no? Fuentes de vida: talleres mecánicos. Claro, que si el motor lo tienes chungo... no hay renove posible. Es lo que tiene.
Saludos.

David Cotos dijo...

Que chévere morir con una sonrisa sincera y cansada, en paz... por haber amado tanto.

Eduardo Baamonde dijo...

De acuerdo con no tener miedo a la muerte. Ya sabes: "Nada que temer". Más bien deberías de tenerlo -de llegar a los noventa y tantos- a los nietos, de los vecinos de las casas al lado del mar, a las ventanas abiertas e, incluso, a las flores. A no ser que fuesen las del mal.