miércoles, 11 de septiembre de 2013

1973



Mi recuerdo son imágenes confusas de un palacio ardiendo, mucho humo y tanques, voces alteradas, desolación en algunos, indiferencia en otros. Todo en blanco y negro como era el mundo entonces, al menos, el que se veía a través de nuestro Philips. Era septiembre, eso sí lo recuerdo, porque observaba expectante el declive del verano con mis libros forrados, las libretas de anillas y el olor de la goma Milán recién comprada. Yo iba a un colegio de monjas y aunque no llevaban  hábito y cantaban en misa eso de “busca la respuesta en el viento”, eran monjas al fin y al cabo. Nos obligaban a ir a esas misas todos los viernes y nos hacían bailar sardanas en el recreo para que no armásemos demasiada bulla.
Aquel principio de curso llegó la señorita Elia. No podría decir que mi vida dio un vuelco al conocerla, pero sí que su presencia insuflaba algo de color a aquellas aulas mortecinas. Era muy joven, vestía con vaqueros, hablaba muy despacio y jamás se alteraba por nada. Puedo verla, siempre de pie, apoyada en la mesa, con el libro en una mano y la otra en el bolsillo. Sé que en aquellos primeros días sólo intentaba conocernos, saber de nosotras, ver cómo estaba el nivel de la clase que tendría a su cargo el resto del curso. Nos preguntaba por nuestros gustos, se interesaba por nuestras pobres lecturas e incluso se atrevió a indagar si sabíamos qué estaba pasando en Chile. Quizás ahora puedo decir que durante aquel curso, de ese modo suave y moderado que imponía Elia a sus clases, fui encajando poco a poco las piezas del mundo.
Quién sabe por qué mecanismo extraño de la mente, cada septiembre, cuando se acerca mi cumpleaños recuerdo a Allende y a la señorita Elia como si fueran una pareja literaria y magnífica, un regalo inexplicable.  Recuerdo un aire fresco y agradable que atrapaba las primeras hojas del otoño en la Avinguda del Carrilet, recuerdo a los chicos del instituto que pasaban por delante del colegio riéndose de nosotras, recuerdo el edificio sin gracia de aquel instituto -un antro de perdición a decir de las monjas- pero al que todas soñábamos con ir. Recuerdo los sueños, las previsiones de la vida, el mundo por estrenar, el pensamiento por escribir, la maleta por hacer…
Perdonad si me he puesto algo nostálgica, pero creo que son ya demasiados años los que voy a cumplir dentro de poco.

3 comentarios:

Licantropunk dijo...

'Me recojo en la templanza de la tregua que me da la anestesia del recuerdo', como cantaban "El último de la fila". Lo que es magnífico es tener el recuerdo, atesorarlo y disfrutarlo, como leo que te sucede. Eso es una suerte.
Saludos.

Lula Fortune dijo...

Que los días se van, río son... Un abrazo :)

Fuquiño dijo...

Magnífico... al nivel de Capote (y no tengo más que decir, que diría D. Manuel)

Fuquiño